Soria
tuvo un gran castillo, uno de los mejor defendidos en la España de
comienzos del siglo XII y del que en la actualidad sólo quedan unos
pocos restos esparcidos. La ciudad original se encontraba fuertemente amurallada
en su totalidad, más de un kilómetro cuadrado, con una doble
barrera y barbacana, estando el castillo en el cerro que lleva su nombre,
el originario monte Oria de algunos autores, desde donde se tiene una buena
panorámica de la vaguada de la ciudad y el puente sobre el Duero,
al que defendía. Hoy encontraremos en el cerro del castillo los depósitos
de agua de la ciudad, unas piscinas (que aprovecharon el aljibe del castillo)
y el Parador Nacional Antonio Machado, pero desde luego no esperes encontrar
mucho más de lo que ves en la imagen, que es todo lo que dejó
el general Durán en 1812 tras su paso por la ciudad. Para poder ver
un par de imágenes del castillo tal como estaba en el siglo XVIII,
debes fijarte en los frescos de la iglesia de San
Saturio.
Se atribuye la construcción del castillo, no sin ciertas reservas, al Conde Fernán González, y a Alfonso el emperador y Sancho IV la de las barreras interior y exterior respectivamente. El castillo contaba con una torre del homenaje al este, junto al aljibe y próxima a la muralla interior, que se ciñe más o menos a la superficie del cerro. Dentro de este primer perímetro, al abrigo del castillo, nació la ciudad de Soria. El recinto exterior, de más de ocho kilómetros y forma más o menos rectangular, cubría gran parte del casco antiguo de la ciudad actual. Por el sur, partiendo del recinto interior, bordea el cementerio, continuando en curva por la calle Santa Clara, Alberca y Puertas de Pro por el oeste, buscando dirección norte. Rebasa Santo Tomé y continúa ascendiendo cerca de la Plaza del Rosario. Repentinamente, a la altura del Paseo del Mirón, toma dirección este buscando la Ermita de la Virgen del Mirón y descendiendo por la ladera del monte hacia el Duero, donde de nuevo hace un quiebro hacia el sur, bordeando el río y regresando al Cerro del Castillo. De todo este recinto, muy fuerte entonces, apenas quedan algunos lienzos y cubos en el Paseo de Mirón, el descenso al Duero y el Postiguillo, además de algunos restos, poco reconocibles en algún caso, insertados en la ciudad. A lo largo de esta
muralla existieron varias puertas, de las que hoy no se conserva ninguna,
pero de las que se conoce su situación y nombre. Así, en
el sur, cerca del cementerio, había una puerta conocida como de
Valobos o de El Sur. Cerca del antiguo convento de Santa Clara había
un pequeño postigo y cerca de la calle Alberca se abría
uno más, el postigo de Santa Clara. El Arco de Rabanera un poco
más adelante, en la calle Caballeros, la puerta del Postigo en
el Collado y la del Rosario en la plaza que lleva su nombre, frente a
Santo
Tomé (actual Santo Domingo). La puerta de Nájera o del
Mirón se abría al norte en la actual salida a la carretera
de Logroño. Historia de la
ciudad: Sin embargo, según Blas Taracena hay noticias de un ataque de Al-Haquem en el año 868 sobre la ciudad de Medina-Soria, entonces en manos del caudillo rebelde Suleiman-ben-Abdos. Aunque pequeña en origen, probablemente su estratégico lugar en la cabecera del Duero durante la reconquista hace que pronto adquiera relevancia. Se levanta el castillo y el recinto murado, que es el más fuerte de la época, siglo XII, en el lado cristiano. La población comienza a asentarse en el collado que forman los cerros próximos y que desciende hacia el paso del Duero. Los primeros pobladores se agrupan en barrios o colaciones, asentados alrededor de una iglesia rudimentaria, según su localidad de origen, que en número de hasta 35 formaban la ciudad. Algunas de ellas fueron las de Santa Cruz, San Nicolás, San Miguel de Montenegro, San Clemente, Santiago, Nuestra Señora del Mirón, San Juan de Naharros, San Juan de Rabanera, Santo Domingo, Santa María de Calatañazor,... dando a entender muchas de ellas el origen de sus pobladores. Contaría con un importante barrio judío o aljama en el castillo y un grupo de población morisca. El núcleo de este conjunto de barrios se encontraría situada en las proximidades de la iglesia de San Pedro (actual concatedral desde 1266, colegial desde 1152) y que en el siglo XVI sería trasladado a la hoy Plaza Mayor. Las instituciones fundamentales de la ciudad las componían la Diputación de los Doce Linajes de los Caballeros Hijosdalgo, el Común y el Concejo. La Diputación de los Doce Linajes estuvo vigente hasta las reformas liberales del siglo pasado y copaba los puestos clave de la sociedad soriana. Las armas de los Doce Linajes se encuentran representadas en un escudo formando un círculo alrededor de una figura real a caballo, de clara inspiración artúrica. Son los ascendientes de toda la nobleza soriana y corresponden a los de Calatañazor, Don Bela, Morales Someros, Chancilleres Blancos, Salvadores Someros, Santa Cruz, Barnuevo, Morales Hondoneros, Chancilleres Negros, Salvadores Hondoneros, San Llorente y Santiesteban. El Común, en uso desde el siglo XVI, estaba integrado por 16 cuadrillas, cada una de ellas con un jurado asistido por uno o dos mayordomos y cuatro secretarios o cuatros. Estaban obligados a llevar libros de actas y registros de los vecinos de la cuadrilla, lo que hoy nos proporciona no pocos datos sobre esta época. Esta institución continúa aún vigente en cierta manera, interviniendo en los festejos de la ciudad. El Concejo estaba compuesto por un juez y dieciocho alcaldes elegidos entre las distintas Colaciones. La Comunidad de Soria y su Tierra, institución plenamente vigente como mancomunidad de bienes, estaba dividida en cinco sexmos (Frentes, Lubia, Arciel, Tera y San Juan), cada uno de los cuales aportaba un representante o sexmero al Ayuntamiento hasta la reforma del siglo XVI. Gracias también al Fuero Extenso otorgado al Concejo por el rey Alfonso VIII en el siglo XIII, en agradecimiento a la protección recibida de la ciudad durante su minoría de edad, y al Fuero Real de Alfonso X en 1256, la ciudad se repoblará y crecerá rápidamente, pese al feroz ataque de Sancho el Fuerte de Navarra en 1195. En 1266 Soria obtiene el título de ciudad de manos de Alfonso X, que en 1270 elabora un padrón del que se desprende que algo más de 770 vecinos vivían ya en Soria. Alfonso XI, en 1329, ajusticia a los principales cabecillas de una rebelión en Soria contra su privado Garcilaso de la Vega, que había llegado a la ciudad en busca aliados contra el Infante Don Juan Manuel y que había encontrado la muerte por una muchedumbre que salió en estampida de la ciudad por un postigo cuando se encontraba hospedado en el convento de San Francisco. Durante las guerras de La Raya entre castellanos y aragoneses, Pedro I el cruel visita la ciudad en varias ocasiones, hasta que el fratricida Trastámara la entrega a Duguesclin (Mosén Claquín) en 1370 como pago por sus servicios, lo que propició una rebelión de la ciudad y su posterior castigo. Se reúnen Cortes en 1375 y 1389. Tradicionalmente, desde tiempos de Alfonso VIII, los nobles de la ciudad de Soria habían formado la guardia personal del Rey. Es así que, en la batalla de Aljubarrota en 1385, que enfrentó a castellanos con portugueses con victoria de éstos, toda la escolta real murió estando a la cabeza el señor de los Cameros, Don Juan Ramírez de Arellano. Otra tradición durante muchos años usada, era la de que cada nuevo rey debía entregar cien pares de armas a la Diputación en su primer año de reinado. De gran importancia para la ciudad y toda la provincia fue el carácter fronterizo entre los reinos de Castilla, Aragón y Navarra, y especialmente el comercio de lanas propiciado por el Honrado Concejo de la Mesta. La riqueza y la prosperidad llega a la ciudad durante los siglos XIV al XVII, creciendo la ciudad collado arriba. En 1592 recibe la visita de Felipe II, cuando la ciudad contaba ya con más de 5000 habitantes, casi duplicando la población de principios de siglo. Es a partir de la guerra de sucesión cuando Soria comienza a perder pujanza. En el siglo XIX su población disminuye casi a los valores del siglo XVI, unos 3000 habitantes, y en la guerra de Independencia se toca fondo, con menos de mil habitantes. Tras la retirada y saqueo de las tropas francesas sólo queda una ciudad completamente empobrecida e indefensa por gracia del general Durán, que dinamita el castillo y las murallas (como hiciera en otros muchos lugares, como Almazán). No queda nada de la plaza de Herradores, el arrabal del castillo, los conventos de San Benito, San Francisco, la Concepción, San Agustín, el Hospicio,.... Sólo a partir de mediados del siglo XIX vuelve a coger el pulso, con la mejora de las infraestructuras de transportes ferroviarios (líneas Torralba-Soria-Castejón y Santander-Mediterraneo) y por carretera, disparándose la población hasta los más de 30000 vecinos de finales del S.XX, siendo pese a ello una de las capitales españolas menos habitadas. Desgraciadamente, lo que por un lado es una ventaja por cuanto se trata de una ciudad menos poblada y agobiante de lo habitual, trae como consecuencia un déficit crónico de servicios que, a su vez, provocará desequilibrios difíciles de solucionar en un futuro próximo: líneas ferroviarias cerradas; emigración de profesionales cualificados a otras capitales; carencias educativas, que obliga a trasladarse a familias enteras para favorecer la formación de sus hijos; escasa dotación de servicios sanitarios... Es un círculo vicioso que afecta a toda la provincia: a menor población, menos servicios y oportunidades, y por tanto mayor emigración y despoblamiento.
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Imágenes
de Soria del Archivo
Carrascosa: |